martes, 30 de septiembre de 2014

JOSEPH CAMPBELL

Joseph Campbell

El privilegio de una vida es ser quien uno es.

Lo que tienes que hacer es decir “sí” a la vida, “sí” a todo. Participa con goce en las penas del mundo. No podemos curar el mundo, pero podemos decidir vivir en alegría.

Cuando hablamos de arreglar los problemas del mundo, estamos descortezando el árbol que no debemos. El mundo es perfecto. Es un caos. Siempre ha sido un caos. No lo cambiaremos. Nuestro trabajo es enderezar nuestras vidas.

Debemos estar dispuestos a librarnos de la vida que planeamos, para acoger la vida que nos esta esperando. Hay que librarse de la vieja piel para que pueda salir la nueva. Si nos fijamos en lo viejo nos atascamos. Cuando nos aferramos a cualquier forma corremos peligro de putrefacción.

El infierno es la vida secándose.

Al atesorador, al que en nosotros quiere quedarse, aferrarse, debemos matarlo. Si nos estamos aferrando a la forma ahora, no tendremos la próxima forma. No se puede hacer una tortilla sin romper los huevos: destrucción antes de la creación.

Con la perfección nada puede hacerse.

Todo proceso implica romper algo. La tierra debe romperse para producir vida. Si la semilla no muere no hay planta. El pan resulta de la muerte del trigo.

La vida vive de vidas. Nuestra propia vida vive de los actos de otros.

Si vales la vida puedes tomarla.

Si vivimos en realidad es por la experiencia de la vida, tanto el dolor como el placer.

El mundo es buen oponente para nosotros. Somos buenos oponentes para el mundo. Las oportunidades de encontrar poderes más profundos dentro de nosotros aparecen cuando la vida parece más difícil. Negarse al dolor y a la ferocidad de la vida es negarse a la vida.

No estamos aquí en tanto no podemos decirle “sí” a todo.

El miedo es lo que nos mueve hacia adelante.

Si avanzas por la vida siguiendo tu camino los pájaros te cagarán encima. No te molestes en limpiarte.

Una mirada humorística a tu situación te da distancia espiritual. El sentido del humor te salva.

La eternidad es una dimensión de aquí y de ahora.

Lo divino vive en tí. Vive desde tu centro.

Tu deber auténtico es irte de la comunidad para encontrar tu bienaventuranza. La sociedad es el enemigo, cuando impone sus estructuras sobre el individuo. Sobre el dragón hay muchas escamas. Todas ellas dicen “debes”. Mata al dragón “Debes”. Cuando uno ha matado a ese dragón, uno se vuelve “El Niño”.

Rebelarse es seguir la huella de su bienaventuranza, abandonar la casa, empezar la jornada del héroe, seguir su bienaventuranza. Te sacas de encima el ayer, como la serpiente su piel. Sigue tu bienaventuranza. La vida heroica es vivir la aventura individual.

Nada es seguro si se obedece el llamado de la aventura. Nada es excitante si sabes cual será su resultado. Desoír el llamado significa estancamiento.

Lo que no experimentas positivamente, lo experimentas negativamente.

Entras al bosque, en el punto más oscuro, y no hay sendero. Donde hay camino o sendero, es un sendero ajeno. No estás en tu propio sendero. Si sigues el camino de otros, no realizarás tu potencial.

La meta del viaje del héroe hasta el punto gema, es encontrar esos niveles psíquicos que se abren , abren, abren, y la apertura última del misterio de tu Ser es La conciencia de Buda o del Cristo. Ese es el viaje; de lo que se trata es de encontrar ese punto quieto en tu mente donde todo compromiso se desvanece.

Bajando al abismo es como recuperamos los tesoros de la vida. Cuando tropiezas, ahí está el tesoro. La cueva misma en la que temes entrar resulta ser la fuente de lo que estas buscando. La cosa maldita en la cueva que tanto temes se ha vuelto el centro. Encuentras la gema y ella te lleva.

Si amas lo espiritual no puedes despreciar lo terreno.

El propósito del viaje es la compasión. Cuando has superado los pares de opuestos has llegado a la compasión. El objeto es devolver la gema al mundo, unir las dos cosas. La separación visible en el mundo es secundaria. Más allá del mundo de opuestos hay una invisible, pero experimentada unidad e identidad en todos nosotros. Hoy el planeta es el único “grupo de pertenencia”. Debes volver con la bienaventuranza, e integrarte. El regreso es ver el brillo de todo.

Sri Ramakrishna dijo: “No busques la iluminación si no buscas como un hombre cuyo cabello esta en llamas busca agua”.

Si lo quieres todo, los dioses te lo darán Pero debes estar preparado. La meta es vivir con compostura divina, en pleno gesto de energía, como Dionisios cabalgando el tigre sin ser despedazado. Un pequeño consejo que le daban a un indio americano cuando su iniciación: “Cuando avances en la vida verás un gran abismo. Salta; no es tan ancho como crees”

Reflexiones sobre la vida / Joseph Campbell. Ed Emecé, BsAs, 2001.


jueves, 25 de septiembre de 2014

EL PEQUEÑO – GRAN ALBERT EINSTEIN... DIOS EXISTE !!!


 
Durante una conferencia con varios universitarios, un profesor de la Universidad de Berlín, propuso un desafío a sus alumnos con la siguiente pregunta:

"¿Dios creó todo lo que existe?"

Un alumno respondió, valientemente:

Si, Él creó ...

¿Dios realmente creó todo lo que existe?, preguntó nuevamente el maestro.

Si señor, respondió el joven.

El profesor respondió: "Si Dios creó todo lo que existe, ¡entonces Dios hizo el mal, ya que el mal existe! Y si establecemos que nuestras obras son un reflejo de nosotros mismos, ¡entonces Dios es malo!!"

El joven se calló frente a la respuesta del maestro, que feliz, se regocijaba de haber probado, una vez más, que la fe era un mito.

Otro estudiante levantó la mano y dijo:

¿Puedo hacerle una pregunta, profesor?

Lógico, fue la respuesta del profesor.

El joven se paró y preguntó:

Profesor, ¿el frío existe?

¿Pero qué pregunta es esa?... Lógico que existe, ¿o acaso nunca sentiste frío?

El muchacho respondió: "En realidad, señor, el frío no existe. Según las leyes de la Física, lo que consideramos frío, en verdad es la ausencia de calor. Todo cuerpo o objeto es factible de estudio cuando posee o transmite energía; el calor es lo que hace que este cuerpo tenga o transmita energía".

"El cero absoluto es la ausencia total de calor; todos los cuerpos quedan inertes, incapaces de reaccionar, pero el frío no existe. Nosotros creamos esa definición para describir de que manera nos sentimos cuando no tenemos calor."

Y, ¿existe la oscuridad?, continuó el estudiante.

El profesor respondió: Existe.

El estudiante respondió:

La oscuridad tampoco existe. La oscuridad, en realidad, es la ausencia de luz.

"La luz la podemos estudiar, ¡la oscuridad, no!

A través del prisma de Nichols, se puede descomponer la luz blanca en sus varios colores, con sus diferentes longitudes de ondas.

¡La oscuridad, no! ...

"¿Cómo se puede saber qué tan oscuro está un espacio determinado? Con base en la cantidad de luz presente en ese espacio."

"La oscuridad es una definición utilizada por el hombre para describir qué ocurre cuando hay ausencia de luz."

Finalmente, el joven preguntó al profesor:

Señor, ¿EL MAL EXISTE?

El profesor respondió: Como afirmé al inicio, vemos crímenes, violencia en todo el mundo. Esas cosas son del mal.

El estudiante respondió:

"El mal no existe, Señor, o por lo menos no existe por sí mismo. El mal es simplemente la ausencia del bien... De conformidad con los anteriores casos, el mal es una definición que el hombre inventó para describir la ausencia de Dios." Dios no creó el mal. ... El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos. Es igual a lo que ocurre con el frío cuando no hay calor, o con la oscuridad cuando no hay luz.

El joven fue aplaudido de pié, y el maestro, moviendo la cabeza, permaneció en silencio ...

El director de la Universidad, se dirigió al joven estudiante y le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Me llamo, ALBERT EINSTEIN
 
 
 
 
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Dios existe- Albert Einstein
 
 

 

viernes, 19 de septiembre de 2014

LA ESENCIA DE LA CREACIÓN ES EL DESEO; LA CAUSA DE LA EVOLUCIÓN, LA NECESIDAD.


Meditación, compilación de videos / documentales


Te advierto, quien quiera que fueres, Oh! Tu que deseas
 
 sondear los arcanos de la Naturaleza, que si no hallas
 
 dentro de ti mismo, aquello que buscas, tampoco
 
 podrás hallarlo fuera. Si tu ignoras las excelencias
 
 de tu propia casa,
 
 
¿Cómo pretendes encontrar otras
 
excelencias?.

 

En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros.

Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás

al Universo y a los Dioses.

 

Escrito en el, templo de Delfos autor desconocido

 
"...La mera supervivencia no puede ser el valor supremo: Ser
 
hombre significa estar ordenado a algo que no es uno
 
 mismo. La existencia humana se caracteriza por la
 
 autotranscendencia. Cuando la existencia humana no
 
 apunta más allá de sí misma, la permanencia en la vida deja
 
 de tener sentido, es imposible. (...) si la humanidad quiere
 
 encontrar un sentido que sea válido para todos, debe dar un
 
 nuevo paso. Después de haber alcanzado, hace miles de
 
 años, el monoteísmo, la fe en un solo Dios, debe llegar a
 
 creer en una sola humanidad. Hoy necesitamos más que
 
 nunca un monantropismo."
 
(Viktor E. Frankl. "El hombre Doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia".
 

martes, 9 de septiembre de 2014

Consuelo de la Hidalga: I D E N T I D A D . . .

Consuelo de la Hidalga: I D E N T I D A D . . .:     Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de perjudicar a nadie. identidad   “T...

I D E N T I D A D . . .


 
 
Cuando reconocemos nuestra propia canción
ya no tenemos deseos ni necesidad de perjudicar a nadie.

identidad

 

“Tus amigos conocen “tu canción”

Y la cantan cuando tu la olvidas.
 

Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes

 o las oscuras imágenes que muestras a los demás.

 


Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo;

 tu integridad cuando estás quebrado;

 tu inocencia cuando te sientes culpable

 y tu propósito cuando estás confuso.“
 

Tolba Phanem



 
 
 
 
"No necesito una garantía firmada para saber que la sangre de mis venas es de la tierra y sopla en mi alma como el viento, refresca mi corazón como la lluvia y limpia mi mente como el humo del fuego sagrado" (Tolba Phanem).
 
Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño.
 
Ellas saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito. Las mujeres encuentran la canción, la entonan y cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás.
 
 
Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le canta su canción.

Luego, cuando el niño va a comenzar su educación, el pueblo se junta y le canta su canción.
 
Cuando se inicia como adulto, nuevamente se juntan todos y le cantan.
 
Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción en voz de su pueblo.
 
Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama y del mismo modo que hicieron en su nacimiento, le cantan su canción para acompañarle en el viaje.
En esta tribu, hay una ocasión más en la que los pobladores cantan la canción.
 
Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se le lleva al centro del poblado y toda la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces... le cantan su canción.
 
La tribu sabe que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, sino el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros.
 
Tus amigos conocen tu canción, y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que a veces muestras a los demás. Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado, tu inocencia cuando te sientes culpable, tu propósito cuando estás confundido.
 
TOLBA PHANEM - POETA AFRICANA  
 

viernes, 5 de septiembre de 2014

MADUREZ EMOCIONAL


Los seres humanos sabemos que hemos arribado a este plano a una sola cosa: madurar / evolucionar y finalmente llegar a comprender  y experimentar Ser una persona Madura.

Me propongo además, reflexionar sobre algunos de los referentes más importantes sobre el tema de la Madurez Emocional.

No podemos “dar” lo que carecemos y para Autotrascender debemos hacerlo en el mundo y con otros seres coincidentes existencialmente con nosotros…



 
Una persona es emocionalmente madura, cuando ha desarrollado en su pensamiento y en su conducta, actitudes que la hacen superar el
" infantilismo" y las aplica tanto hacia su persona como hacia el medio que la rodea.


 
Características de la persona que ha
acumulado verdadera madurez.
 


Acepta con gratitud que se le critique y aprovecha las críticas para superarse.
No se entrega a la autocompasión. Ha empezado a creer que las leyes de la compensación funcionan en todas las cosas de la vida.
Nunca espera ser tratada con especial consideración por otras personas.
Sabe controlar sus arranques de mal genio.
Se enfrenta a las emergencias con serenidad

No se deja herir fácilmente en sus sentimientos.
 

El hombre de mi propiedad


El hombre de mi propiedad


[Cuento. Texto completo.]
 
Giovanni Papini




Como hace muchos años he dejado de escribir un Diario, no puedo decir con exactitud cuánto tiempo hace que me encontré el cuerpo y el alma del Amigo Dité. Probablemente, dada mi distracción, no me di cuenta en qué día preciso mi segunda sombra -aquella sólida y relativamente viva- se decidió a entrar en la escena poco iluminada de mi vida.
Una mañana, al salir de casa, me di cuenta de que iba acompañado, a esa respetuosa distancia que no permite hacer preguntas ni dar explicaciones, por un hombre de unos cuarenta años, enfundado en un largo abrigo azul, alegre y sonriente (pero sin demasiada exageración). No teniendo nada que hacer, y habiendo salido únicamente de casa para no oír los crujidos de la leña en la chimenea, me divertí mirando de reojo a mi acompañante, a pesar de que -ténganlo bien en cuenta- éste no tenía nada de extraordinario. No supuse, ni por un solo momento, que pudiese tratarse de un policía; mi completa falta de valor físico y mi repugnancia por los malos olores me han impedido siempre entregarme a la política militante; y la pereza, unida a mi escasa habilidad manual, me ha salvado de buscar en el delito los medios de subsistencia.
No podía, tampoco, imaginar que el hombre vestido de azul fuese una especie de ladronzuelo de ciudad, decidido a robarme, pues mi decente pobreza era conocida en todo el barrio, y mi modo de vestir, más descuidado que desenvuelto, disociaba de mi persona cualquier idea de bienestar.
A pesar de que yo no tuviese ningún derecho a ser seguido, comencé a pasar y repasar por las calles más tortuosas del centro de la ciudad para asegurarme de que no me equivocaba. El hombre me siguió por todas partes con un aspecto cada vez más satisfecho. Di, de pronto, la vuelta por una ancha calle llena de gente y apresuré el paso, pero la distancia entre el hombre vestido de azul y yo continuó siempre siendo la misma. Entré en un estanco para comprar un sello de tres céntimos, y el desconocido entró en el mismo estanco y compró un sello de tres céntimos; subí a un tranvía y mi sonriente compañero subió al mismo tranvía; cuando descendí, el hombre vestido de azul bajó tras de mí; compré un periódico, y él compró el mismo periódico; me senté en el banco de un jardín, y el otro se sentó en otro banco cercano; saqué del bolsillo un cigarrillo, y él sacó otro y esperó que hubiese encendido el mío para encender el suyo.
Todo esto era al mismo tiempo gracioso y fastidioso. "Tal vez -pensé- se trata de un humorista desocupado que quiere divertirse a mi costa." Me decidí a resolver la duda por el medio más expeditivo: me planté delante de mi acompañante con intención de preguntarle:
-¿Quién es usted? ¿Qué desea usted de mí?
No tuve necesidad de abrir la boca. El hombre vestido de azul se puso en pie, se quitó el sombrero, sonrió un momento y dijo con precipitación:
-Perdóneme. Se lo explicaré todo, me presentaré inmediatamente: soy el Amigo Dité. No tengo profesión conocida, pero eso no tiene importancia. Tenía muchas cosas que decirle, pero hasta ahora... También deseaba escribirle; le escribí dos o tres veces, pero no tengo la costumbre de enviar las cartas. Por lo demás, soy un hombre vulgarísimo e incluso sano, a lo que parece, alguna vez...
En este punto el Amigo Dité se detuvo titubeando, pero añadió de pronto, como si se hubiese acordado repentinamente de una cosa que le interesaba mucho:
-Tal vez tomaría usted algo. ¿Un poco de vino marsala? ¿Un café?
Ambos nos movimos rápidamente, a la vez, como impelidos por el deseo de terminar pronto. Apenas llegados ante un café, penetramos en el interior con gran prisa, como quien entra para beber y escaparse. Nos sentamos en un rincón, junto a la estufa, sin pedir nada. El café era pequeño, estaba lleno de humo y de cocheros, el camarero tenía cara de ratero, pero no teníamos tiempo para elegir otro lugar.
-Desearía saber... -comencé.
-Se lo diré todo -respondió el otro-, no tengo intención de esconderle nada. Mi caso, a pesar de todo, es triste y difícil, y declaro, ante todo, que tengo una gran confianza en usted. Ya estoy aquí, soy de usted. Estoy en sus manos. Puede usted hacer de mí todo lo que quiera...
-No lo comprendo...
-Le aseguro que lo comprenderá todo. Déjeme hablar. ¿No le he dicho ya quién soy? El nombre no dice nada, ya lo sé. Añadiré mi definición; yo soy un hombre vulgar, un hombre terriblemente vulgar, que quiere hacer a toda costa una vida no vulgar, una vida absolutamente extraordinaria.
-Perdone...
-Lo perdono todo, señor, lo perdonaré todo. Únicamente le declaro, una vez más, que tengo necesidad de hablar. Tengo en usted toda la confianza. Será mi salvador, mi dueño, el director de mi conciencia, de mis brazos, de mí, todo entero. Yo soy demasiado sabio, demasiado bueno, demasiado noble, "demasiado mí mismo". Usted ha escrito tantos cuentos absurdos, tantas novelas estrambóticas y yo he vivido tanto tiempo con sus héroes, que los sueño por la noche y los deseo durante el día. He creído reconocerlos por la calle, y luego, aburrido y desesperado, he querido matarlos en mí, ahogarlos para siempre...
-Se lo agradezco mucho, pero...
-Haga el favor de callar un momento, se lo ruego. Le explicaré por qué he pensado en usted y por qué lo he seguido. Me dije hace algunos días: tú eres un imbécil, un tipo de todos los días y de todas las ciudades, y sufres la enfermedad de querer vivir una vida noble, peligrosa, aventurera, como la de los héroes de los poemas a veinticinco céntimos y de las novelas de tres liras cincuenta. Por ti mismo no eres capaz de procurarte una vida semejante, porque estás falto de imaginación. No te queda más remedio que buscar un creador de héroes extraordinarios y regalarle tu vida, para que haga de ella lo que quiera y la pueda transformar en algo más bello, más imprevisto, más insospechado...
-¿Usted desearía, pues...?
-Un poco de paciencia, se lo ruego. Dentro de algunos minutos lo obedeceré en todo y podrá hacerme callar todo lo que quiera, pero antes déjeme acabar. ¡Soy todavía mi propietario! No he de decirle nada más que esto: usted es el creador elegido por mí, y aquí me tiene para ofrecerle mi vida y los medios para ayudarlo a hacerla interesante. Usted es un imaginativo y puede romper sin esfuerzo la insufrible vulgaridad de mis días. Hasta ahora ha tenido a su disposición únicamente hombres imaginarios, y hoy le entrego un hombre de verdad, un hombre que sufre y anda, del cual puede usted hacer lo que guste. Estaré en sus manos no como un cadáver -¿qué cosa haría de él?-, sino como un fantoche mecánico, un maravilloso fantoche parlante y risueño que comprenderá sus órdenes. Desde este momento le hago regular donación de mí vida y de una renta anual de mil libras esterlinas para atender a todos los gastos que sean necesarios para hacer pintoresca y peligrosa mi vida. Llevo en el bolsillo una escritura de donación ya preparada... ¡Camarero, una pluma! No falta más que la fecha y la firma de usted. ¡Dígame sí o no, sin cumplidos, en seguida!
Fingí reflexionar por algunos momentos, pero mi decisión ya había sido tomada. El Amigo Dité se adelantaba a uno de mis más antiguos deseos. Desde hacía mucho tiempo me avergonzaba de inventar únicamente vidas imaginarias. Soñaba, en las horas de vagar, en lo que habría podido hacer si hubiese tenido un hombre de sangre y nervios en mi poder ¡Y he aquí que el hombre se presentaba espontáneamente, acompañado de un paquete de valores!
-No he tenido nunca la costumbre -dije después de fingida meditación- de regatear inútilmente, y por eso acepto su donación, aunque usted ya comprende la responsabilidad de aceptar un alma acompañada de un cuerpo. Déjeme ver las condiciones de la donación.
El Amigo Dité me puso delante un protocolo encuadernado con un grueso y amarillo cartón, y yo lo leí en pocos minutos. La donación estaba en regla. Por ella me convertía en dueño absoluto de la sustancia y de la vida del Amigo Dité, con la sola condición de que yo le ordenase inmediatamente lo que debía hacer, a fin de que su existencia se convirtiera en heroica y novelesca. El contrato era válido por un año, pero podía ser renovado en caso de que el Amigo Dité estuviese satisfecho de mi dirección.
Escribí sin titubear la fecha y la firma y dejé inmediatamente al Amigo Dité, prometiéndole para el día siguiente una carta, y ordenándole entretanto que no me siguiese y que se quedase bebiendo algún líquido alcohólico. En efecto, cuando yo salía, él pidió con su acostumbrada sonrisa uno de los más famosos bitters del mundo.

II
Aquella noche no me fui a acostar con el negro aburrimiento de las otras noches. Tenía algo nuevo y grave en que pensar, y podía muy bien aceptar una noche de insomnio. Un hombre se había convertido en una cosa mía, de mi entera propiedad, y podía dirigirlo, empujarlo, lanzarlo a donde quisiese; experimentar en él los efectos de las emociones raras y las combinaciones de aventuras de nuevo estilo.
¿Qué debía ordenarle para el día siguiente? ¿Debía mandarle que realizase alguna cosa determinada o convenía dejarlo en la ignorancia y prepararle una sorpresa? Terminé eligiendo una solución que unía los dos sistemas. A la mañana siguiente le escribí que, hasta nueva orden, durmiese durante el día y pasase la noche fuera de casa, paseando por lugares solitarios. El mismo día fui a una agencia, alquilé por seis meses una pequeña casa solitaria en las cercanías de la ciudad y tomé a sueldo dos jovenzuelos sin trabajo que estaban buscando el modo de ser alojados a costa de sus conciudadanos, al menos durante el invierno. Después de cuatro días todo estaba dispuesto. En la noche fijada hice seguir al Amigo Dité, el cual, cuando llegó a un lugar desierto, fue agredido delicadamente por mis ayudantes y conducido, con los ojos vendados, según la tradición, a la casa que había preparado. Desgraciadamente, ningún guardia los sorprendió durante la operación y no se presentó ninguna denuncia de la desaparición del Amigo Dité, por lo que me hallé en la necesidad de mantener por muchos meses a los dos robustos mancebos, que no se contentaban únicamente con comer.
Lo peor era que no sabía qué hacer del hombre de mi propiedad. Había pensado, la misma noche de la donación, que un secuestro de persona sería un excelente principio de vida rica en aventuras, pero no había reflexionado sobre el resto de la aventura. Sin embargo, la vida del Amigo Dité, como en las novelas de folletín, tenía necesidad de una continuación inmediata.
A falta de cosa mejor, recurrí al viejo expediente de enviar junto a él, a la casa en donde lo había encerrado, a una mujer que se le presentase siempre cubierta con un antifaz y no le dirigiese nunca la palabra. No fue cosa fácil encontrarla y, sobre todo, amaestrarla, y no quiso comprometerse más que por un mes. El Amigo Dité, afortunadamente, era un poco misántropo y tenía más de cuarenta años, y por eso no sucedió nada de lo que hubiera podido suceder en otros casos. Después de quince días vi que era necesario cambiar el juego, y por medio de los mismos ganapanes hice liberar a mi hombre y enviarlo a su casa.
Comencé a darme cuenta de que el Amigo Dité no se había mostrado en modo alguno un hombre vulgar poniéndome a prueba de este modo. ¿Quién sino un espíritu original hubiera podido imaginar una esclavitud tan insidiosa?
Un espadachín que yo conocía consintió en ayudarme en este difícil momento. Un día, mientras el Amigo Dité bebía tranquilamente una taza de leche en un café de lujo, el espadachín se sentó a su lado, le lanzó una mala mirada, le dio un empujón, y apenas el otro dijo algo en voz baja, lo abofeteó dos o tres veces, sin calor, como si no quisiese hacerle daño. El Amigo Dité me pidió permiso para mandar los padrinos a su ofensor, y yo me apresuré a presentarle dos amigos que lo obligaron, de mala gana, a cruzar su espada con mi cómplice. El Amigo Dité no sabía esgrima, y tal vez por eso, tirando alocadamente desde el principio, consiguió herir a su adversario bastante gravemente. Aproveché esto para hacerle comprender que era necesario que se alejase de la ciudad, pero él no quiso apartarse de mí y prefirió ser juzgado. Fue condenado a tres meses de cárcel.
Creí que con este tiempo me vería liberado de mi propiedad, pero al cabo de muy pocos días comprendí, sin ninguna duda, que mí primer deber era proporcionarle la huida al Amigo Dité. La empresa parecía imposible, pero, sin reparar en gastos, conseguí convencer a dos personas del desinterés de mi acción y, gracias a un rápido disfraz, el Amigo Dité pudo salir de la prisión poco antes de despuntar el día. Esta vez no tenía más remedio que alejarse, y yo tuve que dejar mi casa, mis trabajos, mi patria, para proteger su fuga.
Cuando nos hallamos en Londres, me encontré completamente embrollado. No hablando ni una palabra de inglés, en medio de aquella ciudad enorme y desconocida, me sentía, mucho más que antes, incapaz de procurar aventuras extraordinarias a mi hombre. Me vi obligado a dirigirme a un detective privado, que me dio algunos vagos consejos en muy mal francés. Después de haber estudiado durante algunos días un buen plano de Londres, conduje al Amigo Dité al barrio de peor fama, pero no le pasó, con gran contrariedad mía, nada de particular. Encontramos los acostumbrados marineros borrachos, las acostumbradas mujeres desvergonzadas y pintadas, patrullas de viveursbaratos y rumorosos, pero ninguno nos molestó, tomándonos tal vez por policías; tal era nuestra aparente seguridad al vagar por aquellos laberintos de calles casi iguales.
Pensé entonces expedir al Amigo Dité al norte de la isla, solo, y dándole únicamente veinte o treinta chelines, además del billete para el viaje. Como él tampoco sabía nada de inglés, esperaba que le sucediera algo muy desagradable, y que tal vez ya no consiguiese volver. Ya comenzaba a estar cansado de aquella propiedad por la que debía trabajar y sacrificarme, y esperaba con rabiosa nostalgia el momento de volver a mi buena ciudad llena de cafés y vagabundos. Pero, después de quince días, el Amigo Dité volvió a Londres en perfecto estado de salud; en Edimburgo había encontrado por casualidad a un amigo italiano -un violonchelista emigrado desde hacía muchos años- que lo había hospedado en su casa y había hecho que se divirtiese durante todos aquellos días.
Pero no quise darme por vencido. Había encontrado en un periódico la dirección de un pequeño club de estudios psíquicos que buscaba nuevos socios, prometiendo apariciones auténticas y fantasmas parlantes. Ordené inmediatamente al Amigo Dité que se inscribiera y fuese allí todas las noches. Fue durante toda una semana y no vio nada. Sin embargo, una mañana vino a encontrarme, diciendo que había conocido un fantasma, pero que éste no le había parecido mucho mejor que los hombres vivos y que incluso se había mostrado estúpido hasta el punto de sacarle el pañuelo del bolsillo, echarlo del taburete en que estaba sentado, tirarle de los pelos y pellizcarlo en la espalda.
-En conclusión -me dijo- no he encontrado, hasta ahora, nada verdaderamente extraordinario en todo lo que ha hecho usted por mí. Perdóneme si le hablo con franqueza, pero debe reconocer que en sus novelas da muestras de una imaginación mejor y mayor. Reflexione un momento: un rapto, una mujer enmascarada, un duelo, una fuga, un fantasma. No ha sabido encontrar nada mejor que esos trucos antiguos de novela francesa. En Hoffman y en Poe hay cosas más terribles, y en Caboriau y Ponson du Terrail, más complicadas. No comprendo, ciertamente, la repentina decadencia de la imaginación de usted. Los primeros días comencé a hacer todo lo que usted ordenaba, esperando vivir una vida bella, pero pronto me di cuenta de que la vida de usted era igual a la de los demás millones de hombres, y pensé que todo su genio estaba reservado a los personajes de sus novelas; pero ahora comienzo a dudar también de esto, y, con desagrado, me veo obligado a decirle que, si antes de terminar el plazo del contrato no encuentra algo más fuerte, me veré obligado a buscarme otro dueño.
Mí dignidad me dispensó de contestar a tanta ingratitud. Pensé que, durante los meses en que había recibido el donativo de aquel hombre, no había vuelto a ser dueño de mi vida, y había tenido que dejar a medio terminar mis trabajos y abandonar mi país para afanarme en encontrar combinaciones novelescas y cómplices seguros. Desde el momento en que había entrado en posesión de la vida del Amigo Dité había tenido que sacrificarle mi vida entera. Yo, su dueño, me había convertido, en el fondo, en su esclavo, en el empresario siempre alerta de su existencia personal. Era necesario encontrar algo "más serio" -como él había dicho- de lo que había imaginado hasta entonces; algo que no requiriese la ayuda de cómplices. Después de haber meditado con calma algunos días, le escribí:
Queridísimo amigo:
Puesto que es usted de mi propiedad, según contrato en regla, tengo sobre usted derecho de vida y muerte. Por consiguiente, le ordeno que se encierre en su cuarto el sábado por la noche, a las ocho que se tienda sobre la cama y se trague en seguida una de las píldoras que le envío con esta carta. A las ocho y media tomará otra, y a las nueve en punto una tercera. En caso de desobediencia a estas órdenes, me declaro absolutamente irresponsable respecto a su vida.
Sabía que el Amigó Dité no retrocedería ante la sospecha de la muerte. A pesar de su descontento, se vanagloriaba de ser un leal caballero y tenía un respeto exagerado a su firma y a su palabra. Me proveí de un enérgico emético1 y estuve dispuesto para acudir a su lado antes de las nueve, es decir, antes de que hubiese tomado la última píldora, que le habría producido sin remedio la muerte.
En la tarde del sábado ordené que estuviese dispuesto un coche para las ocho en punto, porque habitaba en una pensión muy alejada de la del Amigo Dité. El coche se retrasó hasta las ocho y cuarto y yo intenté hacer comprender al cochero que tenía mucha prisa. El caballo comenzó, al principio, a correr con una especie de fingido galope, pero después de diez minutos cayó de mala manera al suelo. Como no era posible levantarlo en seguida, pagué al cochero y corrí a pie, en busca de otro coche. Afortunadamente, lo encontré allí cerca, y calculé que llegaría a las nueve en punto a casa del Amigo Dité. Comenzaba a estar un poco preocupado porque la niebla era muy espesa y bastarían cinco minutos de retraso para ocasionar la muerte del desgraciado.
En un determinado lugar el coche se paró. Era a la entrada de una ancha calle llena de automóviles y omnibuses, y un policía había hecho seña a mi cochero para que parase. Salté como un loco del coche y me aproximé al enorme policía para hacerle comprender que tenía prisa y que se trataba de la vida de un hombre. Pero el desgarbado guardia no comprendió o no quiso comprenderme. Tuve que seguir el camino a pie, pero por culpa de la niebla y de mi escaso conocimiento de la ciudad, me equivoqué de calle, y sólo después de diez minutos de una carrera agobiante, me di cuenta de que corría en dirección contraria. Tuve que volver hacia atrás siempre corriendo. No faltaban más que pocos minutos para las nueve y realicé un esfuerzo inaudito para llegar a la hora precisa. Hasta las nueve y siete minutos no llamé a la puerta de la pensión. Apenas me abrieron me precipité hacia el cuarto del Amigo Dité. El hombre yacía en el lecho, con la chaqueta quitada, pálido e inmóvil como un cadáver. Lo sacudí, lo llamé, escuché el corazón, la respiración. Estaba verdaderamente muerto: la cajita que le había mandado estaba vacía. El Amigo Dité había cumplido su palabra hasta el final. Había querido darle el escalofrío de la muerte inminente y la sorpresa de la resurrección, y le había dado la muerte, ¡la muerte verdadera, para siempre!
Permanecí toda la noche en el cuarto, embrutecido por el dolor. Por la mañana me encontraron con el muerto, pálido y silencioso como él. Requisaron toda la correspondencia y fue encontrada mi última carta. El proceso fue rápido, porque renuncié a defenderme, y no di a conocer el documento de donación que llevaba conmigo. He estado algunos años en la cárcel, pero no me arrepiento de lo que he hecho. El Amigo Dité ha hecho mi vida más digna de ser contada, y no puedo decir que haya realizado un mal negocio, porque durante el año en que fue mío gasté algo más de las mil libras esterlinas que me había dado.
FIN